A Jorge Perez lo conocí en la parroquia Sta. Catalina de Siena de Dock Sud en el año 1995. Yo era en ese momento el párroco de esa comunidad y se sumó a los jóvenes de la Acción Católica Argentina en ese mismo año. Recuerdo el día que lo vi llegar con su bicicleta y sus pantalones cortos.
Tuve una relación muy cercana. Desde ya que aclaro que lo expresado aquí es poco, en comparación con tantas vivencias compartidas con Jorge, por más de cinco años. Lo vi crecer día a día en su vida, especialmente en su vida interior. Se confesaba frecuentemente y tenía dirección espiritual con otro sacerdote, en dónde los fines de semana venía a la parroquia para ayudarme pastoralmente (Padre Daniel Navarros Correa). Recuerdo el comentario del padre Daniel de lo admirado que estaba con Jorge, de cómo buscaba aprender temas de la fe y entregarse al compromiso verdadero con Dios y la Iglesia. Un luchador que con la ayuda de Dios sabía superarse. En el año 1996 se preparó para recibir los sacramentos de la Confirmación y Primera Comunión. En muy poco tiempo empezó a manifestar sus dotes de líder entre los mismos jóvenes. Inquieto y al tener facilidad por el deporte se llevaba algunos pibes de la parroquia a jugar al futbol a un club cercano y regresaba con el doble de ellos. Buscaba llevarlos a Dios. Les daba ejemplo en la frecuencia de los sacramentos y la constancia de rezar, especialmente frente al Sagrario y tocando la guitarra. Tenía una fuerte devoción por la presencia de Jesús en la Eucaristía. En el año 1997, hizo una experiencia vocacional en el seminario de Mercedes de cuatro días. Experiencia que le sirvió para profundizar más su vocación laical sin ningún temor a de desilusionar a nadie. Al poco tiempo empezó a salir con una chica.
De su personalidad puedo destacar que era alegre, entusiasta, atento y generoso a las necesidades de los demás. Me llamaba la atención lo apostólico que era. No tenía vergüenza de hablar e invitar a participar en la vida parroquial. Constante y responsable en los compromisos con la familia, el estudio, el trabajo y la Acción Católica a la que pertenecía con mucho orgullo. Participó de las Asambleas Federales del ACA en San Juan en el año 1999 como militante y delegado. Es muy bien recordado. Cuando tenía que ser firme, lo sabía ser. Conmigo, si tenía que contrariarme, lo hacía y con mucha libertad.
Lo consideraba un joven extraordinario, comprometido, con muchos proyectos de vida para con Dios y los hombres. Hacía muchos esfuerzos para estudiar. Quería ser profesor de geografía. Estudiaba, trabajaba y tenía tiempo como delegado del ACA para estar con sus jóvenes.
La última vez que lo vi (el día anterior a su muerte) pasó por la parroquia Nuestra Señora de Luján, de la cual era párroco desde 1998. Vino a misa dado que ese templo era uno de los tres templos jubilares de la Diócesis de Avellaneda del año 2000. Seguro que vino a buscar la Indulgencia Plenaria con su debida confesión y comunión. Al terminar la misa se despidió de mí con su clásico saludo: “Pater”, nos vemos. Esa fue la última vez que lo vi. Fue en el atardecer del sábado 4 de marzo. En la madrugada del lunes 6 de marzo, tipo 3 am, me llama por teléfono su hermana Rocío, la que me comunicó muy conmovida de la muerte de su hermano. Me hice presente en su hogar muy de madrugada acompañado por un amigo y feligrés de la parroquia. Recuerdo los llantos de las personas vecinas que se despertaban con la triste noticia. Saludé a su madre, su hermana Rocío y su otro hermano llamado Roberto. Hombre adulto que terminó convirtiéndose por la pérdida de su hermano, el cual se preparó y tomó su Primera Comunión y Confirmación posteriormente.
Su muerte me impacto, como a tantos. Era consciente que me despedía de un verdadero santo. Los lunes, yo frecuentaba un lugar de encuentro fraterno con otros hermanos sacerdotes, cerca del mediodía. Ese lunes fui igual, dado que el fui al velatorio desde la tarde. Ese viaje normalmente me lleva una hora en auto. Fueron 60 minutos de llanto sin poder parar de llorar mientras manejaba. Nunca me pasó algo igual. Perdí a mis padres, amigos, feligreses en todos estos años. Habré llorado, me habrá congojado y entristecido, pero de esa manera jamás. Inclusive en esa misma tarde me confesé y volví a ese llanto que lo hice afligir al mismo confesor.
Jorge trabajaba en el colegio Santo Tomás de Sarandí, limpiando los patios y veredas del colegio. Era su modo de juntar su plata para pagar sus estudios y también poder viajar al jubileo de los jóvenes en Roma. Luego de la misa exequial en la parroquia Santa Catalina, pasó por la parroquia de Luján de Sarandí y el colegio en el que trabajaba. Tengo recuerdos de todo ello. Pero lo que no puede olvidar es ver a los alumnos del colegio Santo Tomás formados en la vereda del colegio, a los fines de despedir y ver pasar el paso del cortejo fúnebre con el sonido de las campanas de la parroquia de fondo. Impactante.
En mí, dejó huellas inolvidables. De lo que es una vocación cristiana a fondo; una acción apostólica ejemplar y un espíritu de libertad único. Muy libre para decidir; muy libre para el compromiso; muy libre para expresarse; muy libre para tener novia; libre para divertirse; etc.
Estoy convencido que, si se inicia este proceso a los altares de Jorge Pérez, puede ser de gran ayuda como modelo de santidad para estos tiempos. Un joven de su tiempo (deportista, gustoso de la música Rock e integrante de un conjunto de música) que llevaba a Cristo en su corazón sin respetos humanos para mostrarlo a los demás, con su alegría y espontaneidad. Desde que hemos empezado con todo esto desde el 6 de marzo de este año, en una misa en la Catedral, hemos sido testigos del entusiasmo que ha despertado en muchas personas que lo han conocido y que han recurrido a su ayuda desde el cielo. ¡Alabado sea Jesucristo! ¡Por siempre sea alabado!