Podría decir tantas cosas de Jorgito… por ejemplo, que era un excelente deportista, que nos hizo ganar más de una Olimpiada Diocesana de la Acción Católica de Avellaneda siendo preju de Luján. Que era buenísimo jugando a la pelota y que lo llamaban para todos los picados en el barrio. Que siempre lo imaginé en alguna Olimpiada de verdad.
La primera vez que lo vi, me pareció un poco tímido y un tanto desconfiado. Llegó a la parroquia mirándonos de reojo como “midiéndonos”, mientras como delegadxs de prejus desplegábamos todas “nuestras estrategias” para convencerlo de quedarse en el grupo al que lo habían arrimado sus amigos del colegio.
Cuando empezamos a hablar, descubrimos que lxs dos éramos de Wilde y vivíamos a cuatro cuadras, pero que nos fuimos a encontrar en Sarandí. Que teníamos el barrio y algunos amigos en común y que esa conversación fue la primera de muchas charlas largas que por años compartimos… charlas de todo… horas y horas de charlas en la vereda de mi casa. Porque eran épocas donde no había celular y algunos todavía ni siquiera teníamos teléfono de línea. Y entonces tus amigxs caían y te tocaban el timbre.
Porque nos pasó que nos hicimos amigxs, más allá de ser su delegada y él mi preju.
Él hacía eso… caía y tocaba el timbre de casa y me decía “te paso a saludar dos minutos” que terminaban siendo dos horas casi siempre. Y nunca quería pasar a casa, porque eran solo 2 minutos, viste?.
Pasaba en bici, caminando o en la Zanella. Y en invierno también pasaba… y tampoco quería entrar porque… “estoy con la bici y son solo dos minutos”. Y aunque nos muriéramos de frío, igual eran mínimo dos horas de charla. Que para no tener frío en invierno en la Zanella, se ponía muchos diarios adentro de la campera, pero igual pienso que algo de frío tenía.
En verano cuando venía, traía sobre sus hombros a alguno de sus sobrinos, y yo le decía “pasá a casa” y él me decía que son solo 2 minutos, que estoy con mi sobrino. Pero nunca eran dos minutos. Eran horas. Horas de hablar de todo, de sus amigos, de su familia, de sus miedos, de sus preocupaciones, sus contradicciones, de mis contradicciones y de sus enojos. Porque se enojaba, sí… cuando algo no le cerraba, cuando sentía que no había coherencia entre lo que se decía y lo que se hacía. Se enojaba porque sobre todo era exigente con él y con los que más quería. Al punto de que a veces su enojo hacía que se alejara. Y un día me dijo que necesitaba irse a otra parroquia.
Nuestra Señora de Luján en ese entonces era de los Centros de Acción Católica más grandes de la Diócesis de Avellaneda. No les voy a mentir, estábamos bastante orgullosxs de eso y la humildad no era una virtud de la que nos pudiéramos jactar. Y un poco creo que, por eso, decidió irse a Santa Catalina, una parroquia chiquita en la que había mucho mucho por hacer. Un poco para desafiarse y un poco para desafiarnos a nosotrxs. Y la verdad me dolió bastante que me dijera que se iba. Medio que le dije que no fuera tan cabezón. Yo era además la presidenta del centro y pensaba que iba a ser un buen delegado para nosotrxs, pero al final lo entendí. Por supuesto, le dije que me dolía, pero también le dije que sabía que le iba a ir muy bien allá… ¡pero que ni se le ocurriera competir contra Luján en las Olimpiadas!
Y entonces se fue a Santa Catalina, pero eso no hizo que terminaran nuestras charlas. Empezó a participar en los grupos y pronto fue delegado de aspirantes. Y los aspis lo querían mucho y él a ellos también. Los conocía y me contaba cómo eran y cómo estaban. Se notaba que le importaban, siempre se nota cuando eso pasa. Y la verdad, me hacía sentir muy orgullosa.
Un día me dijo que se iba a confirmar y me preguntó si quería ser su madrina. Y por supuesto que quise. ¿Cómo no iba a querer? Me emocioné mucho cuando me eligió para ser su madrina. Nos abrazamos muy fuerte… como lo hacíamos siempre al final de cada charla. Fuerte fuerte, porque nos queríamos muchísimo. Yo lo quería muchísimo. Y sé con certeza que él también me quería, porque Jorge cuando te quería te lo hacía saber. A su manera, pero te lo hacía saber.
Como les dije, era fiel a sus convicciones. Iba a misa casi todos los días y celebraba la eucaristía. Me decía que eso lo hacía sentir muy bien. Y sé que era realmente feliz sintiéndose cerca de Dios, practicando su fe. Eso de ir a misa todos los días, era muy raro para cualquier militante de la Acción Católica incluso en esos días.
Un día me contó que se estaba preguntando si su vocación podría ser convertirse en sacerdote. Pero que también le gustaba mucho la idea de ser profe de geografía. Le dije que quizás podía darse un tiempo mientras hacía el profesorado, que si el sacerdocio era realmente su llamado eso iba a permanecer intacto. Yo creía que lo mejor para él era tomarse un tiempo porque hay que decirlo, Jorgito era un tanto enamoradizo.
Y empezó el profesorado y también se puso de novio, con una chica de la parroquia, hermosa y buena piba como él.
Y me explicó que los mapas en realidad no reflejan la forma real de los continentes. Que como la Tierra era redonda y los mapas planos, los países más cercanos a los polos están dibujados como más “anchos”… o eso era lo que entendí. Y me dijo que al amanecer es cuando se dan las temperaturas más bajas durante el día y tantas otras cosas que a él le fascinaban y a mí me fascinaban porque le fascinaban a él.
Porque además Jorgito era muy inteligente y sobre todo apasionado. Porque así era cuando hablaba de las cosas que más le gustaban. Como sentirse cerca de Dios… y como la música. Porque además era músico. Y tenía una banda de rock y blues en la tocaba el bajo y con la que ganaron los Torneos Juveniles Bonaerenses. También tocaba la guitarra en las misas y cantaba con una voz suave y un registro un tanto alto para un varón. Y le encantaban los Beatles. Y cuando se reía, se reía fuerte, ¡muy fuerte!
La noticia de su muerte fue una de las cosas más difíciles de mi vida. Inexplicable, sin sentido. De esas noticias que te acordás dónde estabas, qué hacías… Y desde ese momento lo extraño tanto.
Celebro haberlo conocido, celebro que haya sido mi amigo. Jorge no predicaba el amor por sus amigos… lo practicaba, lo celebraba y lo reclamaba.
Y sé que a muchos nos hizo sentir así de especiales, porque en realidad él era especial. Lo sé porque cada persona que lo conoció dice que lo era. Haber podido ser parte de su vida, es uno de mis más grandes privilegios.
Cuando me pidieron que diera testimonio sobre él, estuve pensando mucho en qué contar. Me costó mucho debo confesar. Finalmente creo que lo mejor que puedo decir, lo más importante para mí, es que fue MI AMIGO, el que me enseñó que una charla entre dos que se quieren nunca dura dos minutos y que el regalo de SU VIDA EN LA MÍA es el más grande milagro.